Giovanni Sartori (Homo Videns) La sociedad teledirigida

Racionalidad y postpensamiento

El contraste que estoy perfilando entre homo sapiens y, llamémoslo así, homo insipiens no supone idealización alguna del pasado. El homo insipiens (necio y, simetricamente, ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la llegada de los instrumentos de comunicación de masas los <<grandes números>> estaban dispersos, y por ello mismo eran muy irrelevantes. Por el contrario, las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que los <<dispersos>> se encuentran y se pueden <<reunir>>, y de este modo hacer masa y adquirir fuerza. En principio va bien; pero en la práctica funciona peor. Y aquí sobre todo entra en juego Internet, que abre un nuevo y gigantesco juego. Pues las autopistas de Internet se abren, mejor dicho, se abren de par en par por primera vez especialmente a las pequeñas locuras, a las extravagancias y a los extraviados, a lo largo de todo el arco que va desde pedófilos (los vicios privados) a terroristas (los flagelos públicos). Y esta apertura es más significativa en tanto en cuanto el hombre reblandecido por la multimedialidad se encuentra desprovisto de elementos estabilizadores sin raíces <<firmes>>. Así pues, aunque los pobres de mente y de espíritu han existido siempre, la diferencia es que en el pasado no contaban -estaban neutralizados por su propia dispersión- mientras que hoy se encuentran, y reuniéndose, se multiplican y se potencian.
Una vez dicho esto, la tesis de fondo del libro es que un hombre que pierde la capacidad de abstracción es eo ipso incapaz de racionalidad y es, por tanto, un animal simbólico que no tiene capacidad para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el homo sapiens. Sobre este aspecto, los especialistas en los medios callan a ultranza y su parloteo sólo nos cuenta la radiante llegada de un <<universo en vertiginosa evolución [...] en el que todo individuo y toda realidad están destinados a disolverse y fundirse. El hombre se ha reducido a ser pura relación, homo communicans, inmerso en el incesante flujo mediático>>. Sí, homo communicans; pero ¿qué comunica? El vacío comunica vacío, y el video-niño o el hombre disuelto en los flujos mediáticos está sólo disuelto.
La verdad -subyacente en los pregoneros de noticias exageradas que la confunden- es que el mundo construido en imágenes resulta desastroso para la paidèia de un animal racional y que la televisión produce un efecto regresivo en la democracia, debilitando su suporte, y, por tanto, la opinión pública.
Hoy más que nunca, la gente tiene problemas, pero no posee la solución a esos problemas. Hasta ahora se consideraba que en política la solución de los problemas de la gente había que reclamársela a los políticos (al igual que en medicina hay que pedírsela a los médicos, y en derecho a los abogados). No obstante, el gobierno de los sondeos, los referendos y la demagogia del directismo atribuyen los problemas a los políticos y la solución a la gente. Y en todo ello, la televisión <<agranda>> los problemas (creando incluso problemas que en realidad no existen, problemas superfuos) y prácticamente anula el pensamiento que los debería resolver.
[...] El problema ha sido el siguiente: el primer lugar, hemos fabricado, con los diplomas educativos, una Lumpenintelligencija, un proletariado intelectual sin ninguna consistencia intelectual. Este proletariado del pensamiento se ha mantenido durante mucho tiempo al margen, pero a fuerza de crecer y multiplicarse ha penetrado poco a poco en la escuela, ha superado todos los obstáculos con la <<revolución cultural>> de 1968 (la nuestra, no la de Mao) y ha encontrado su terreno de cultura ideal en la revolución mediática. Esta revolución es ahora casi completamente tecnológica, de innovación tecnológica. No requiere sabios y no sabe qué hacer con los cerebros pensantes. Los medios de comunicación, y especialmente la televisión, son administrados por la subcultura, por personas sin cultura. Y como las comunicaciones son un formidable instrumento de autopromoción -comunican obsesivamente y sin descanso que tenemos que comunicar- han sido suficientes pocas décadas para crear el pensamiento insípido, un clima cultural de confusión mental y crecientes ejércitos de nulos mentales.

¿Qué ciudadanos?

Nos tenemos que poner de acuerdo sobre la noción de ciudadano. En el sentido literal del término, ciudadano (civis) es quien vive en la ciudad (civitas). En este caso ciudadano es lo contrario de campesino, de quien vive en el campo. Pero esta noción topológica, digámoslo así, de ciudadano no es la que nos interesa. Así como no nos interesa la ciudadanía definida por un pasaporte. Nos interesa, en cambio, la contraposición entre ciudadano y súbdito, y por ende la noción propiamente política de ciudadano. El súbdito es un dominado, el que está aplastado por el poder, el que no tiene ningún poder (de cara a su Señor o Soberano). El ciudadano, en cambio, es titular de derechos en una ciudad libre que le permite ejercerlos. Mientras que el súbdito no cuenta -ni siquiera tiene voz- el ciudadano cuenta: tiene voz, vota y participa, o por lo menos tiene el derecho de participar en la gestión de la res publica.
Pero el ciudadano así definido todavía no es un ciudadano <<demo-potente>> que ejerce el poder personalmente. Esta diferencia pasa en gran medida desapercibida, y sin embargo es una diferencia crítica. El ciudadano de la democracia representativa vota para elegir a las personas que irán a deliberar. En algunas ocasiones (el referéndum) vota también sobre issues, es decir, decide sobre cuestiones. Pero en la democracia representativa el referéndum es un instrumento decisional subsidiario. Si no fuera así, la democracia representativa ya no sería tal y se convertiría, precisamente, en una democracia referenciada, es decir, en una democracia directa.
Esta transición de una democracia indirecta a una directa se presenta como una transformación de estructuras. Pero es mucho más que esto. Porque postula una concomitante transformación del ciudadano. El ciudadano al que sólo, o sobre todo, se le pide que elija un representante, es sustituido por un ciudadano reforzado, un hiper-ciudadano, al que se le pide que sea un juez de méritos, un ciudadano que decide sobre el mérito. La teoría de la democracia directa presupone, por tanto, la transformación del ciudadano puro y simple en el hiper-ciudadano que debe -debería- conocer las cuestiones sobre las que decide y ser en cierta medida competente en las materias asignadas a su competencia. Sobre este presupuesto -que por lo demás es una condición necesaria- la teoría de la democracia directa es majestuosamente latitante. Pero el hecho sigue siendo que sin el hiper-ciudadano una democracia directa no puede funcionar (o se hace muy disfuncional).
Miremos a nuestro alrededor. ¿Vemos emerger nuevos ciudadanos que estén a la altura de las nuevas tareas? Seguramente no. Mientras la teoría postula la belleza del <<directismo>> y de la <<democracia continua>> (ya llegaré a ella), la realidad está produciendo la desaparición del ciudadano que bien o mal teníamos, es decir, su degradación a hipo-ciudadano. Y seguramente es así, porque es seguro que el homo videns se traduce en un ciudadano que cada vez sabe manos de los asuntos públicos, es decir, de los asuntos que le habilitaban para la ciudadanía.

* Giovanni Sartori (La carrera hacia ningún lugar)

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